Es llamativo como a veces nos asalta, nos invade, nos inunda y nos habita la imagen de un gesto, de un movimiento, de una situación. Irrumpe en nosotros una palabra y una mirada;en definitiva, un rostro. Nos acordamos de alguien. Puede ser que con gusto, con alegría, al menos en principio. Pero pronto ese recuerdo es la ratificación de una distancia , de una separación. No está y, sin embargo, su ausencia se hace presente. No es una simple nostalgia, es una constatación. Si hay recuerdo es porque en algún modo algo o alguien se fueron. Que tal vez vuelva es estimulante, incluso cabría ser un consuelo, pero recordar es también reconocer que algo ha finalizado, se ha ido, se ha perdido. Que ese alguien se encuentre en otro lugar, por un lado es un alivio; por otro, una iquietud. Le echamos de menos y, a la par, está en nosotros. Tanto nos pertenece como le pertenecemos. Y sin embargo, no nos tenemos. En absoluto. Lo notamos. Lo sentimos. No es lo que más nos gustaría, pero es así. Echar de menos no es sólo senti una falta, es constatar que hagamos lo que hagamos cabe la distracción, pero no el olvido. Alquien nos tiene sin poseernos, le tenemos sin poder sino acariciar su ausencia. Lo notamos con intensidad, pero no está.
Ahora bien, en la palabra
acuerdo está la palabra
corazón. El recuerdo tiene siempre también una connotaciñón afectiva. Y nos gusta. No es una simple repetición, es una reiteración, un modo de reactivar algo, de revivirlo. Se trata de que llegue a ser una rememoración. Quizá hayamos de tornar ese recuerdo en memoria, lo que supondría no una simple añoranza del pasado, sino muchas posibilidades latentes y vivas, y algún porvenir. Acordarse de alguien es asociarse con él, con ella, de modo singular, es una conmemoración.
En la noche, un recuerdo irrumpe en silencio. Nos adormilamos al susurro de las palabras que alguien no nos dice. Amanecemos en brazos que no están. Y, sin embargo, no todo es un espejismo. Algo nos enlaza, nos vincula, algo que no es precisamente menos real que una ausencia. Podríamos intentar denominarlo, pero con palabras tan sencillas que resultarían excesivas. Recuerdo cuando no necesitábamos recordar.
Me acuerdo de ti. Compartimos una memoria común, y desearía hacer contigo algo que por cordial fuera para ambos memorable. Me acuerdo tanto de ti que, como suele decirse, me desvivo por verte, por oirte, por presentir que quizá a ti te ocurra algo similar. No te aconsejo tanta ansiedad, ni tanta turbación. Preferiría que se te pasara. Es decir, que nos viéramos. Lo digo por mí.
LIBRO: "Contigo" (Capítulo 3) ÁNGEL GABILONDO